Esta imágen la conseguí de DeviantArt, y no poseo sus derechos, etc.
1.
Había música. Por todos los rincones y
alrededores, bailando sobre nuestras cabezas, inundando por completo el lugar,
salpicando con el sonido. La veía ir y venir, pululaban alrededor del piano, y
del joven que estaba sentado tocando las teclas, proliferando notas que daban
vueltas en círculos sobre su cabeza, y las exhalaba y las aspiraba, una nota
más alta, una nota más baja. Yo sólo me mantenía ahí mirando cómo danzaban en
el viento, volviéndome loca, mirando aquí y allá.
Trataban de salir por la ventana, y se escurrían
por debajo de la puerta, podía ver cómo unas se metían debajo de la chimenea, y
otras simplemente se deslizaban por todo el salón.
El joven tenía los ojos cerrados mientras entonaba la música que al parecer estaba improvisando, el sol me permitía ver perfectamente sus rasgos, y no vi en su rostro una sola arruga, o cicatriz. Era exactamente perfecto.
Mientras que sus dedos danzaban sin parar por las teclas del piano, noté cómo una nota se escondía debajo del sofá, temblando y vistiéndose de la oscuridad de su sombra. La miré por unos momentos, queriendo ayudarla sin saber cómo ni por qué. Me iba acercando lentamente al sofá cuando la música de repente se detuvo, y como si fuera un espejismo, la nota se desvaneció.
El joven volteó a verme, la música se había esfumado del todo, y ahora sólo podía ver su rostro, parcialmente iluminado por el rayo de luz que entraba por la ventana. Parecía hacerle gracia algo en mi semblante, porque me sonrió de una manera que me incomodaba al mismo tiempo que me intimidaba.
Se volteó de nuevo al piano sólo para cerrar la tapa y movió todo su cuerpo hacia la dirección donde yo estaba, aún sentado en el banco del piano, se inclinó, y colocó su barbilla en su dedo índice y pulgar, sosteniéndola. Pudo haber sido el sol, pero desde mi punto de vista, sus ojos parecían brillar de una manera inusual.
-Te vi acercándote a una, ¿también puedes verlas?- Me preguntó en un tono de voz neutral, expandiendo su sonrisa casi imperceptiblemente, con un dejo de delirio apropiadamente escondido entre las palabras.
Yo sólo le mantuve la mirada y me moví incómodamente en mi asiento, desvié los ojos al rincón donde había visto esa nota esconderse minutos antes, y volví a verle los ojos, verdes específicamente, grandes, suplicantes y eternamente tristes. De alguna manera me gustaban. No dije nada.
En un instante casi inexistente, el brillo de sus ojos desapareció, y se incorporó de su posición anterior, mirando al otro lado ya con los labios contraídos hacia abajo con tristeza y vergüenza.
-Ah, perdón-Dijo entonces, con una voz totalmente diferente, que no parecía ser la suya, si no haber venido de alguna otra parte lejana, por un hombre con muchos más años encima, y un pesar indescriptible e inexplicable-Yo creí que…
-También puedo sentirlas-Lo interrumpí sin saber si era una buena idea ser totalmente sincera, aunque de todos modos nadie más estaba escuchando.
Permaneció con los ojos distantes aún hacia la dirección a la que había volteado, y no se movió por eternos momentos, mantuvo la boca un poco abierta, y creí que mentalmente ya no se encontraba ahí… Porque no estaba ahí, estaba en otro lugar, sólo que no sabía en dónde, o qué tan lejos.
Después parpadeó, y giró su cabeza para mirarme, muy seriamente.
-¿No me mientes?-Preguntó casi en un susurro.
Yo negué lentamente con la cabeza, mirándole los ojos grandes y resplandecientes de nuevo. Volvió a mirar hacia otro lado, se levantó como un autómata y pasó de largo, mirando el suelo con las manos guardadas en los bolsillos de sus pantalones negros, y se fue caminando fuera del vestíbulo, hasta que vi su silueta desaparecer al tornar en una esquina.
Entonces noté lo callado que se había tornado el salón, y lo insulso que se había tornado el piano al no ser tocado por nadie. Era uno de esos pianos verticales, café chocolate, casi para confundirse con las paredes, que también tenían paneles de madera de este mismo color. Apenas amanecía, y era una de esas frías mañanas, frías, secas e incomprensibles.
El lugar en sí era muy reconfortante, había varios muebles para que la gente pudiera sentarse a tomar un té o un café mientras esperaban, eran cómodos y tenían colores cálidos como naranja y rojo, y uno que otro estaba cubierto por mantas azules y verdes. Había una típica mesita de té, con todo y su tetera y tacitas hechas a mano. Algunas paredes tenían estantes llenos de libros viejos y amarillentos, que desprendían ese olor peculiar añejo, viejo y desgastado. Y lo que más me gustaba de la habitación: sus grandes ventanas y las cortinas que las revestían a sus costados añadiéndole ese tono, ese sabor a hogar, que hacía la espera mucho menos duradera y al clima mucho menos frío de lo que parece estar afuera, aunque los árboles se agiten y los vientos aúllen, el calor de la chimenea, del calentador y del sonido del piano son suficientes para simplemente ignorarlo, o en su defecto, olvidarlo.
Sin saber bien porqué, el sonido del silencio me hacía sentir como si tuviera un hueco, aún escuchaba las notas y su voz cantando, hacían aún eco en mis oídos, y ciertamente era un buen sonido.
No había tenido tiempo de reaccionar, o quizá había tenido demasiado, y pasé totalmente por alto lo que me había dicho, como si el momento nunca hubiera ocurrido, y en mi mente lo veía de un momento a otro tocando el piano, mirándome, y al final partiendo, sin haberme dedicado una sola palabra.
